Mientras hojeaba uno de mis libros de autoayuda en mi café favorito, me encontré con una frase, que en su momento, me costó muchísimo aprender y entender, y por ese instante entre sorbo y sorbo, me quedé pensando: “No puedes amar a nadie más hasta que te ames a ti mismo/a”. En teoría, suena maravilloso. Pero en una era de likes, citas por aplicaciones y estándares imposibles, ¿qué tan fácil es realmente practicar el amor propio? Y, más importante aún, ¿cómo se ve el amor propio cuando estás atrapado en una relación tóxica?
¿Es amor o dependencia emocional?
Hace años, una amiga me dijo que su novio la hacía sentir viva… pero también agotada. Cada conversación era un sube y baja emocional: un día la adoraba y al siguiente la ignoraba por completo. “Es como una montaña rusa”, me confesó. Y yo pensé: ¿Es el amor una montaña rusa o más bien un paseo en calma? La diferencia, como descubrí más tarde, está en el amor propio.
Cuando no nos amamos lo suficiente, buscamos en otros lo que nos falta: validación, seguridad, sentido de pertenencia. Pero la dependencia emocional no es amor, es miedo. Miedo a estar solos, a no ser suficientes, a que si no somos amados por alguien más, entonces quizás no merezcamos ser amados.
Las redes sociales y la toxicidad moderna
El amor en la actualidad tiene un nuevo escenario: las redes sociales. Aquí, las relaciones tóxicas adquieren un filtro brillante y un hashtag inspirador. La gente comparte fotos de parejas perfectas, mientras en privado se enfrentan a discusiones que nunca terminan. La validación no viene de mirarte al espejo y sentirte bien contigo mismo/a, sino de cuántos “me gusta” recibe la última foto juntos.
Las redes no solo amplifican la dependencia emocional, sino que también la normalizan. Te hacen pensar que si tu relación no es dramática, intensa o llena de reconciliaciones públicas, entonces no es «verdadero amor». Pero el amor propio, el verdadero, no necesita una audiencia.
¿Dónde encaja el amor propio en todo esto?
Amarse a uno mismo no significa tener la autoestima intacta todo el tiempo. Es aceptar que, a veces, nuestras decisiones amorosas no reflejan nuestro mejor juicio. Es mirarte en el espejo y decir: «Me equivoqué, pero sigo siendo digno/a de amor». El amor propio no te garantiza evitar relaciones tóxicas, pero sí te da las herramientas para reconocerlas, establecer límites y, si es necesario, salir de ellas.
El amor propio no es una cura mágica; es un músculo que se fortalece con la práctica. Es decir «no» a lo que te hace daño, aunque te duela al principio. Es elegirte a ti mismo/a, incluso cuando tu corazón quiere lo contrario. Y, a veces, es tener la valentía de estar solo/a, porque la soledad puede ser el camino hacia la paz.
El mito del «arreglar» al otro
En las relaciones tóxicas, a menudo caemos en la trampa de pensar que podemos cambiar a la otra persona. Que si somos lo suficientemente pacientes, comprensivos o amorosos, el otro mejorará. Pero el amor propio nos enseña que nuestra responsabilidad no es salvar a nadie más, sino salvarnos a nosotros mismos. Las relaciones no son proyectos de renovación, y no somos arquitectos emocionales. A veces, la mejor forma de amar a alguien es dejándolo ir.
Y entonces me pregunto…
¿Es el amor propio un requisito para amar, o es simplemente el refugio que construimos cuando el amor nos falla? Tal vez sea ambas cosas. En un mundo que nos enseña a medir nuestro valor por la aprobación de los demás, amarnos a nosotros mismos es un acto de rebeldía. Pero es también un acto de fe: creer que somos suficientes, incluso cuando nadie más nos lo dice.
Porque, al final del día, el amor más importante no es el que nos ofrece una pareja, sino el que nos damos a nosotros mismos. Y si ese amor es sólido, ningún «te quiero» vacío podrá hacernos tambalear.
Con cariño,
Elisa