El impacto de la crianza y la falta de diálogo en la autoestima adulta

La crianza y la comunicación familiar tienen un impacto duradero en la formación de nuestra autoestima y en la manera en que gestionamos nuestras emociones como adultos. Crecer en un entorno donde el diálogo es limitado o inexistente puede generar inseguridades y dificultades para expresar nuestras necesidades y sentimientos. En mi experiencia, la falta de un espacio abierto para la comunicación en mi hogar influyó en mi manera de relacionarme conmigo misma y con los demás, llevándome a enfrentar retos emocionales en la adultez.

Cuando el diálogo es escaso en la infancia, los niños a menudo se ven obligados a interpretar las señales emocionales de los adultos y llenar los vacíos de comunicación con su propia interpretación, lo cual puede ser confuso y erróneo. Este tipo de crianza puede hacer que los niños internalicen la idea de que sus emociones y pensamientos no son importantes o no merecen ser escuchados. En consecuencia, es común que estas personas crezcan con una autoestima más baja y una tendencia a dudar de sus propias decisiones o pensamientos, buscando la validación externa para sentirse seguros.

La falta de comunicación también puede llevar a la represión de emociones. En mi caso, el entorno familiar, aunque cargado de cariño, carecía de espacios para hablar abiertamente sobre sentimientos complejos. Como resultado, me acostumbré a ocultar mis emociones y a presentar una fachada de fortaleza, lo que dificultaba el proceso de reconocer y gestionar mis propios sentimientos. Con el tiempo, esto se tradujo en una lucha por establecer relaciones sanas en las que la vulnerabilidad y la autenticidad fueran la norma.

Superar el impacto de una crianza con falta de diálogo requiere un trabajo consciente en la adultez para reconstruir la autoestima y aprender a comunicarse de manera más efectiva. Es fundamental reconocer la importancia de escucharnos y validar nuestras propias emociones. Practicar el autodiálogo positivo y rodearnos de personas que fomenten una comunicación abierta y respetuosa ayuda a romper con los patrones de silencio y a construir relaciones más sólidas y auténticas.

El proceso de cambio no es inmediato, pero es transformador. Aprender a expresar nuestras emociones y opiniones sin miedo al juicio puede sentirse incómodo al principio, especialmente si pasamos años sin hacerlo. Sin embargo, cada pequeño paso hacia una mayor apertura emocional fortalece nuestra autoestima y nos permite establecer conexiones más profundas y genuinas con los demás. Con el tiempo, nos damos cuenta de que merecemos ser escuchados y comprendidos, y que nuestras emociones tienen un lugar válido en nuestras interacciones.

En última instancia, el entorno familiar y la comunicación durante la infancia pueden moldear nuestras percepciones sobre nosotros mismos, pero no tienen por qué definirnos para siempre. Con trabajo y autoconciencia, es posible reprogramar nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, aprendiendo a valorar nuestra voz y nuestra identidad. La autoestima adulta puede florecer cuando reconocemos nuestras necesidades emocionales y elegimos hablar, aunque no haya sido nuestro hábito natural desde la infancia.

Elisa Galoni

Elisa Galoni
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